Cada vez que una mujer sufre un maltrato físico y psicológico por parte de un hombre, el rechazo debe ser frontal, sin tener en cuenta la ideología, la línea o la tendencia política del maltratador y de la maltratada, pues este tipo de agresiones deben ser condenadas con total contundencia y sin la menor contemplación, y sancionadas con todo el peso que la ley vigente permite, como ha sido en el caso de Martín Camino Forsyth, enviado a Lurigancho de manera preventiva.

Lo señalo porque en los últimos días hemos visto situaciones insólitas. Primero tuvimos que un economista más o menos mediático fue acusado de agredir a su pareja. Sin embargo, de inmediato aparecieron defensores, especialmente en redes sociales, para poner en duda la denuncia y señalar que quizá estábamos ante un complot y una farsa del actual gobierno para hundir a uno de sus rivales. Días después, ante las evidencias, muchos han tenido que quedarse callados.

Luego tenemos el caso de una columna supuestamente humorística en la revista Caretas, a cargo de Rafo León, que lanza todo tipo de agresiones, improperios y calificativos fuera de lugar a diferentes mujeres, especialmente de las filas del fujimorismo, tal como ha sucedido el último jueves. Hasta el momento, muy pocos críticos y detractores de Keiko Fujimori y compañía, que son miles, han salido a condenar los excesos publicados. ¿Por qué? ¿Por su odio a la excandidata?

En la lucha contra la violencia hacia la mujer no puede haber doble rasero, como sucede en esa farsa que es la defensa de los derechos humanos que ejercen algunas ONG y grupos de izquierda. La condena contra los agresores, sean quienes sean, debe hacerse de manera contundente y sin revisar previamente si el maltratador o la víctima es de derecha o de izquierda, fujimorista o antifujimorista, ppkausa o del Frente Amplio. Así no es la cosa.

Las agresiones hechas públicas en los últimos días, que son apenas una muy pequeña muestra de la gran cantidad que se dan todos los días, dejan en claro que como sociedad nos falta evolucionar mucho. Sin embargo, el hecho de que algunos condicionen su condena al maltratador a su línea política o ideológica, o a la de la víctima, es una señal aún peor. Hemos avanzado poco pese a las grandes marchas vistas en las calles. Hay mucho por hacer.