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Después de comprobar que nos hemos equivocado tantas veces, ya deberíamos tener miedo a ir a las urnas. Es real que todos nuestros últimos presidentes están presos, y con ellos sus colaboradores políticos. Era lógico deducir que si la cabeza recibía, por qué no los de abajo también. ¿De qué manera esta experiencia negativa la volteamos a nuestro favor, es decir, en el aprendizaje para elegir mejores gobernantes? Los cambios en algunas reglas de juego ayudan a colocar filtros para sacarnos de en medio a piratas y filibusteros que suelen merodear por el poder. Pero eso, que se puede manejar legislativamente, no es suficiente. Algunos andan diciendo, en especial los que ahora han caído en desgracia, que los medios de comunicación manipulan mañosamente a los electores y los conducen como borregos hacia los destinos que el populismo desea. Y esto es la más pura mentira. Nunca como hoy el poder de la información se ha alejado de los medios tradicionales (radio, televisión y prensa escrita) y deambula entre las redes sociales caóticas y el internet desordenado. La información –la verdad, mejor precisado- puede colocar un presidente -y tumbárselo también-, pero no un medio en particular. Lo que repiten para desacreditar a los medios, porque no les son favorables, es en realidad una manera de autoengaño para consolarse y calmar cólicos hepáticos. Si el periodismo como profesión tiene una página negra en los "diarios chicha” del fujimorismo, hoy se ha limpiado de esa imagen con la corrupción del caso "Lava Jato". Pero ¿por qué se ha hecho una herramienta tan usada desacreditar el prestigio de los informadores? Porque la credibilidad y la reputación de un medio y/o de un líder de opinión es el último recurso de quien debe ayudarse a decidir con las informaciones y la opinión de terceros. Creer y confiar, no queda otra, porque nos pueden engañar, aparentar lo que no son. Y, además, las personas se transforman, el contacto no habitual con el poder destruye las mejores intenciones.