Los refugiados adquieren esa condición, porque huyen del lugar donde tiene recinto habitual al advertir la inminencia del peligro de sus vidas por la violencia del conflicto armado, que es exactamente lo que está sucediendo en Siria, por ejemplo. Los refugiados, entonces, son aquellos que llegan a cruzar las fronteras del Estado donde se encuentran, pues de no lograrlo quedan en la condición de desplazados. Son técnicamente personas desamparadas que deben ser auxiliadas por la comunidad internacional dada su condición de indefensión y vulnerabilidad. Las que han llegado recientemente a Europa procedentes, en su gran mayoría del Medio Oriente, requieren de auxilio y protección.

Esta concepción en la doctrina del derecho internacional no es nueva. Fue gestada desde que fue creado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) a inicios de los años 50, como consecuencia de los procesos migratorios que produjo el impacto de la Segunda Guerra Mundial. Lo que estamos viendo por estos días en Europa, donde Turquía por conveniencia -exonerada de la visa Schengen- se ha convertido en receptora de miles de refugiados que Europa misma ya no quiere acoger, es insostenible y resulta una violación de las reglas fundamentales del derecho internacional de los refugiados y del derecho internacional humanitario que establecen al mismo tiempo que una imperativa conducta solidaria, un núcleo duro de derechos que deben ser preservados por sobre todas las cosas, algo que el reciente acuerdo de la Unión Europea con Turquía debió considerar. Una cuestionable decisión pragmática de la UE y Turquía que ha violentado DD.HH. fundamentales, buscando detener la oleada de migrantes hacia el Viejo Continente.