La salida de María Corina Machado de Venezuela ha vuelto a exhibir, ante los ojos del mundo, el tamaño de su valentía. No es solo una líder política: es un símbolo de resistencia cívica frente a un régimen que ha perfeccionado las tácticas de intimidación, persecución y control más viles. Su presencia incomoda a sus opositores porque representa la posibilidad —cada vez más cercana— de una Venezuela libre.

Durante años ha enfrentado inhabilitaciones arbitrarias, amenazas, espionaje, hostigamiento judicial y una campaña permanente para destruir su reputación. Sin embargo, ha seguido caminando, denunciando y organizando a millones de seres humanos pese a saber que el costo personal puede ser altísimo. Ese es el tipo de coraje que sostiene a los pueblos cuando las instituciones fallan.

Su reciente salida del país hacia Noruega donde recibió el Premio Nobel de la Paz recientemente, rodeada de riesgos reales, confirma dos cosas. La primera: que el régimen del dictador Maduro teme a quien no puede domesticar. La segunda: que Machado sigue apostando por la ruta democrática, incluso en un escenario donde la democracia es castigada y violentada. La sola posibilidad de que logre articular una transición ordenada, con respaldo regional e internacional, altera el tablero político venezolano y a los usurpadores de las urnas.

No se trata únicamente de la seguridad física de una mujer extraordinaria que ha desafiado a un aparato estatal acostumbrado a silenciar opositores. Se trata del mensaje que envía su desplazamiento: la lucha por la libertad no reconoce fronteras, y la comunidad internacional tiene la obligación moral de proteger a quienes la encarnan. Su voz no se apaga al cruzar una frontera; se amplifica.

Hoy, María Corina encarna una causa continental: la defensa de la democracia frente a los autoritarismos que aún se resisten a morir en nuestra región. Su valentía nos recuerda que ningún pueblo está condenado a la oscuridad cuando sus líderes deciden no rendirse y tienen dignidad. Y que, aunque la libertad demore en llegar, siempre llegará de la mano de quienes se atrevan a pagar el precio de defenderla. Como dijo alguna vez William Shakespeare: “Solo los cobardes mueren miles de veces antes de su muerte; los valientes, experimentan la muerte una sola vez”.