El coronavirus se convirtió en el protagonista de la escena global en pocas semanas. Y ante eso, a estas alturas solo cabe pelear. Pelear con todo lo que tenemos. Seguro que muchos llevarán la lucha a la política. Y es que no hay gobierno en el planeta que no haya recibido críticas. A excepción tal vez de uno: el gobierno chino. Pero ya sabemos que, por allá, criticar al gobierno puede ser más peligroso que el mismo coronavirus. Sin embargo, valgan verdades, el gobierno chino no solo contuvo el virus, sino que revirtió la tendencia y ahora, ya no es el milenario gigante asiático el centro de gravedad epidemiológico, sino que éste se trasladó a Europa Occidental.

Sabemos que nuestro sistema de salud no es el mejor y que nuestras autoridades están rebasadas. Harían bien en pedir ayuda externa. Seguro las buenas relaciones con China de nuestro gobierno podría lograr que vengan unos cuantos especialistas en control de pandemias por cortesía de Xi Jinping. No es momento para el orgullo. Pero a pesar de sus limitaciones, es lo que tenemos.

Sin embargo, mal haríamos en confiar solo en lo que haga el gobierno. Se diluye la recomendación de lavarnos las manos si seguimos saludándonos con abrazos y besos. De nada sirve que se posterguen clases en colegios y universidades si nos vamos a aglomerar en fiestas y conciertos. O en los supermercados peleándonos por los últimos rollos de papel higiénico, comportándonos de paso como ciudadanos de quinta, egoístas y melindrosos, incendiando la pradera y provocando más pánico. Todos tienen que hacer su parte. Si falla algo, falla todo.

Una reflexión final. La crisis del coronavirus es que nos trae a la memoria cierta conciencia de humanidad. Es decir, que somos una sola especie que comparte un único planeta. Y que ante un “asesino global” que no distingue fronteras, ni ideologías, ni razas ni creencias, todos somos parte de una misma especie.