Navegando entre una red social me encontré con una imagen cuyo título decía “Cosas que hacer con el dolor”.
En la imagen veíamos 6 situaciones: una persona aplastada por una gran piedra, debajo decía “sufrirlo”; otra persona jalando la piedra (“arrastrarlo”), en la siguiente la persona miraba con una lupa la piedra (“analizarlo”), seguían “aprender de él”, “aceptarlo” y, finalmente, un escultor que decía “transformarlo”.
La imagen del dolor como una gran piedra que nos acompaña de alguna u otra manera es acertada. Todos hemos sufrido alguna vez el peso aplastante de un dolor.
Lo hemos arrastrado, intentando vivir a pesar de él, caminando con pies de plomo, hasta que, finalmente, lo enfrentamos y comenzamos a analizar. La vida tiene una manera especial de obligarnos a lidiar con las causas de nuestro dolor. Nos pone una y otra vez en situaciones donde tenemos que procesarlo, o seguirlo padeciendo.
Por ejemplo, si tuvimos un padre o madre autoritario y abusivo, nos encontraremos una y otra vez con una figura similar, sea un jefe, una pareja, un amigo. Intentamos huir del dolor, entonces corremos, cortamos esa relación, solo para encontrarnos con otra similar.
Y es que el dolor es la salida, si aceptamos transitarlo con honestidad, si aceptamos mirar más adentro y preguntarnos cuál es la causa real, en qué parte de nuestra historia se hizo realmente esa herida que aún hoy duele tanto. Expresarnos a través de los lenguajes artísticos nos permite continuar analizando, desde diferentes ángulos, para procesar a nivel emocional lo que sentimos, hacer sentido sobre qué significa para nosotros, para poder aprender del dolor.
Es curioso cómo este camino nos suele llevar a aceptar lo que pasó, a abrazar nuestra cicatriz y empezar a mirarla más como un tatuaje, como una huella en el alma que ya no nos define, y entonces, finalmente, lo podemos trascender y transformar.