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En el Perú nos encontramos frente a la desafortunada situación de tener que lidiar con una doble problemática. Por un lado está la perenne cuestión de la prevención que el vigor de nuestra geografía nos impone. Luego está el asunto de la reconstrucción, que con cada golpe de la naturaleza supone una carga más pesada que venimos arrastrando con sudor.

Evidentemente, el Estado ha comprobado no ser particularmente eficiente gestionando la prevención y mitigación de desastres. Lamentablemente, el temperamento de nuestras tierras exige que lo sea.

En Pisco aún hay familias que viven en módulos temporales. Y han pasado casi 12 años. En el norte, el proceso de reconstrucción está lejos de ver los avances que se planificaron.

Si vuelve a haber en Pisco un sismo como el del 2007, ¿cuántas de las viviendas reconstruidas caerían nuevamente? Si el Estado enfoca sus energías en reconstruir el norte y las zonas afectadas por el sismo de hace unos días en Yurimaguas, ¿qué asegura que el sur no se verá azotado nuevamente en dos semanas? ¿Estamos preparados para eso?

Al Estado le va a costar mucho descifrar las necesidades de prevención y mitigación de una familia en Putumayo, otra en Yauca y otra en el Callao. Nunca ha podido hacerlo con precisión. No ha logrado, además, canalizar los recursos y la autoridad eficazmente para reconstruir viviendas y brindarle la protección que le debe a sus ciudadanos.

Cuando vemos que el dinero se vierte hacia proyectos ineficientes pero de alto perfil en maquinarias políticas electoreras, ahí es que empezamos a darnos cuenta de que el Estado tal vez no se preocupa tanto por nosotros.

Cuando se trata de prevención ante lo inminente, tal vez seamos tú, yo y la información que logremos recaudar para estar preparados.