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El rostro de satisfacción de Edwin Oviedo cuando postulaba públicamente a Perú como organizador del Mundial Sub-17 2019 ante Gianni Infantino en medio de un evento celebrado en Lima fue el punto de partida de una historia que comenzó mal, se desarrolló sin convicción y culminó de la peor manera.

El primer error fue ese arrebato de espontaneidad por parte de Oviedo, el mismo que, poco después fue corroborado por el ministro de educación, Daniel Alfaro, quien dijo, en octubre del año pasado, que para el mundial no había presupuesto porque la Federación Peruana de Fútbol (FPF) había asumido el compromiso sin ninguna coordinación previa con la cartera. Es evidente que, desde el principio, el asunto parecía condenado al fracaso. Justo por esos días, la presencia de Oviedo al frente de la FPF ya se tornaba desgastante; el Congreso lo rechazaba y el propio Alfaro, en noviembre del mismo año, opinaba que Oviedo debía dar un paso al costado. La relación era pésima, pero, aun así, el Ejecutivo terminó destinando el presupuesto para el mundial.

La posibilidad de que el mundial no se lleve a cabo era latente por el tiempo perdido, por la manera en la que se dilataba el tema. El torneo debió ser de interés nacional desde el principio, más aún teniendo en cuenta la premura ante la proximidad de las fechas, pero en el Ejecutivo -por más que hubo voluntad- imperó la pasividad. Al tema se le tomó importancia recién sobre el final del año; incluso, esto se vio reflejado en la contratación de asesorías para vincularse con la organización, según fuentes del Minedu, aunque las mismas fuentes aseguran que no había norte en la ejecución.

Por el lado de la FPF también se creó un grupo de trabajo encabezado por Mara Seminario, pero la sensación que queda es de que todo se hizo demasiado tarde. Para nadie es un secreto que la FIFA es obsesiva con los procesos que maneja, que difícilmente accederá a modificar su ritmo de trabajo en función a las necesidades de un país anfitrión. Ojo, el Mundial Sub-17 es un torneo organizado por la FIFA, no por el país anfitrión.

Hasta el lunes de la semana pasada, en la Videna se tenía plena confianza de que el mundial se llevaba a cabo, pero la realidad llegó como un tsunami en el tramo final y el viaje de Seminario junto a Juan Matute a Zúrich fue un casi un manotazo de ahogado que buscó evitar lo ya consumado. La razón oficial es “asuntos relativos a la organización y la infraestructura que afectan a la adecuada realización del torneo”, es decir, ausencia de garantías para el correcto desarrollo del mundial. Eso, no cabe duda, es un error compartido entre la Federación y el Ejecutivo. Al final, la vergüenza es una sola.

Queda saber en qué se empleará el dinero ya destinado. Sería bueno que las obras de infraestructura se concluyan o, en su defecto, que el dinero se emplee en el crecimiento de otras disciplinas.