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Un partido de fútbol frustrado entre Israel y Argentina, achacado a Palestina, no ha sido el mejor contexto para recordar hoy el histórico encuentro en el Vaticano (2014) del papa Francisco con los presidentes de Israel y Palestina, el desaparecido Shimon Peres y Abu Mazen, respectivamente. En realidad, en los últimos meses la situación entre ambos Estados ha empeorado. El reconocimiento de EE.UU. a Jerusalén como capital de Israel y el traslado de su embajada en Tel Aviv hacia esta histórica ciudad, pasando por alto sendas resoluciones de la ONU del pasado, que recomendaron a los países retirar sus misiones diplomáticas de esa ciudad, llevó a una cantada reacción árabe muy bien aprovechada por el Hamas, que controla la Franja de Gaza con protestas en la zona de frontera y que fueron repelidas por francotiradores judíos con un magro saldo de muertos palestinos. Me queda claro que la medida de Israel es condenable, pues con una enorme superioridad militar los árabes indefensos eran eliminados como pajaritos impactados por un certero disparo. Pero también me queda claro que el Hamas no es una santa paloma, como muchos podrían estar creyendo. Sus prácticas terroristas del pasado, colocando hombres suicidas en espacios de gran conglomeración judía, han llevado a los israelíes a un estado de psicosis colectiva in extremis. Ninguna de las dos prácticas debe ser justificada. El mayor problema para Israel es vivir rodeado de un mundo árabe al que percibe como una amenaza permanente y esa es una percepción errada y, de paso, tener en Benjamín Netanyahu a un verdadero carnicero al que los árabes nada creen.

El mayor problema de Palestina es que no pueden lograr la cohesión indispensable para afrontar el reinicio de negociaciones con Israel, porque Abu Mazen hasta ahora no puede controlar al Hamas. En otras palabras, la paz por la que hoy muchos oran en el mundo para estos dos pueblos que algunos creen incompatibles -yo no; más bien todo lo contrario-, sigue siendo una quimera porque no cuentan con interlocutores válidos y confiables, como fueron en su momento Isaac Rabin y Yasser Arafat que casi la consiguen.