Los hermanos Castro son parte de la historia contemporánea de Cuba, nadie puede desconocerlo. El más notorio de todos, Fidel, el histórico líder de la Revolución que ingresó triunfante en La Habana el 1 de enero de 1959 haciendo huir al dictador Fulgencio Batista. Los Castro relevantes para la historia política de su país y de América Latina apenas son dos: junto a Fidel, su hermano menor, Raúl, al frente del gobierno desde 2008 en que el orador antimperialista tuvo que ceder la posta por el inexorable decurso del tiempo que lo hizo, como a todos, más viejo. El mayor de todos los Castro, pues fueron más de 13, Ramón, acaba de morir hace unos cuantos días a la edad de 91 años. No tuvo relevancia política en la vida cubana, pero su muerte es ocasión para referirnos al ocaso inevitable que tendrán en su momento sus dos hermanos. Fidel ya cuenta con 89 y Raúl suma 84. Larga vida para ellos, es nuestro deseo cristiano por sobre todas las cosas, pero ciertamente el final les llegará, por ley de la vida. Creo que los Castro han preferido iniciar los cambios en vida antes de que luego de sus partidas, Cuba se vuelva una tierra de nadie. Inteligente y valiente actitud. Fidel no lo hizo directamente porque en su caso era mucho pedir un cambio radical, pues habiendo liderado en los años sesenta con enorme pasión el plan revolucionario que suponía, además, una frontalidad con los EE.UU., el acercamiento actual a Washington por él mismo presidido hubiera sido visto como una corrección del error cometido y por ende del tiempo perdido. Por esa razón, Raúl fue el elegido y lo está haciendo bien en un país importante para la región que debe recuperar el tiempo perdido.