Leo y escucho dentro y fuera del Perú que gobernantes y especialistas vienen calificando a Cuba de Estado fallido. Ello es un error conceptual doctrinario básico. Si algo tiene Cuba, con su régimen policiaco de evidencia incontrastable es que ha venido funcionando eficazmente durante todo el largo tiempo que lleva la dictadura -62 años-, es que se trata de un sistema político cerrado, donde impera la intimidación y el abuso de los derechos humanos como regla.

Los Estados fallidos son sociedades anarquizadas donde no es identificable a la autoridad central, que en la teoría de la ciencia política y del derecho constitucional, denominamos GOBIERNO. Un Estado fallido es exactamente lo contrario al orden social establecido donde todos los miembros que la integran aceptan los convencionalismos y respetan las normas jurídicas comenzando por la Constitución Política.

En los Estados fallidos nada de eso existe y por ello lo que sí se impone es el caos y el desorden como reglas. A los Estados fallidos por esa razón suelo llamarlos Estados fallados por la manifiesta incapacidad para dirigir sus destinos por sus propios miembros y es necesario, en consecuencia, que pudiera producirse la intervención extranjera para evitar que muera gente por el principio de seguridad colectiva donde lo que más preocupa es la vida humana como bien jurídico máximo. Es el caso de Somalia, Yemen, la República Centroafricana o Libia y hasta Haití, donde la gobernabilidad es prácticamente inexistente.

Los regímenes totalitarios como Corea del Norte y Cuba o las dictaduras como Nicaragua o Venezuela, son Estados donde la coacción - fuerza o violencia del Estado- y la coerción -amenaza o advertencia del Estado- tienen un alto nivel de eficacia y esa es la razón por la cual no hay evidencia de anarquía. Una prueba de esa macabra y abusiva eficacia es la manera brutal como el gobierno de Miguel Diáz-Canel viene reprimiendo al pueblo cubano. Por esa razón es que estos tipos de gobiernos son los menos parecidos a los Estados fallidos. Es difícil creerlo pero esa es una verdad que debemos tener muy presente a la hora de efectuar juicios de valor o de análisis sobre la realidad intraestatal de los Estados.

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