Hasta hoy, una de las elecciones más reñidas de la historia en nuestro país fueron las del 5 de junio del 2016, en la que Pedro Pablo Kuczynski se impuso por poco más de 40 mil votos a Keiko Fujimori. Las actas que no presentaron irregularidades se terminaron de contabilizar luego de 4 días y el proceso en su totalidad (incluyendo las actas observadas) culminó 7 días después.
Así que ahora, con las cifras más apretadas, es evidente que los resultados oficiales demorarán igual o más días que aquella vez. Por ello los candidatos deben tener la dosis de paciencia necesaria para afrontar esta coyuntura. Sus intervenciones y comentarios en esta larga espera deben ser objetivos y de acuerdo a la legalidad. Ambos deben comprender que en estos momentos se requiere prudencia y madurez. Además, es básico asumir que las lealtades del candidato y el estadista son bien distintas. Por eso hay que comportarse desde ahora con ponderación. Se deben cumplir los compromisos asumidos sin dudas ni interpretaciones.
El orden y el respeto a las instituciones son fundamentales en medio de una campaña electoral de segunda vuelta casi desquiciada. Y esto no solo sirve para la tranquilidad social sino para que las marchas, el caos, la incertidumbre y la inestabilidad política no arrastre al país a una crisis económica mayor. Menor credibilidad y confianza nula en el Perú solo traerá más problemas para nuestros bolsillos. Ya no hay espacio para enfrentarse con mezquindad, que significaría seguir retrocediendo. Un paso más en falso y nos vamos al abismo.