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Era esperable que Pedro Pablo Kuczynski configurase su primer gabinete con personalidades de varios partidos. La razón es simple: el partido de gobierno es muy débil en términos de masa electoral. Y si no va a cogobernar con la primera fuerza política, que maneja el Congreso, lo lógico es que gobierne con su propia gente y con algunos aliados que pudiera atraer post-elección.

Sus aliados naturales son Perú Posible, Alianza para el Progreso, el PPC y Acción Popular. PPK fue ministro del primero y del último. Y con los dos del medio conformó una alianza electoral en la pasada elección. No hay misterio. Los del partido de Belaunde desistieron participar, pero los otros están expeditos para entrar al cogobierno.

Lo que es inaceptable es que PPK incorpore cuadros de la izquierda, siendo él mismo un hombre que pretende encarnar una revolución social, pero desde la óptica de una derecha moderna. En especial, de esa izquierda caviar que todos sabemos que únicamente buscan reciclarse y perpetuarse en el poder, y que han sido corresponsables del desastre del gobierno de Ollanta Humala y, cómo no, de la calamidad que significó para Lima la gestión fallida de Susana Villarán.

De hecho, habría que preguntarse cuánto de esas dos décimas con las que ganó a Keiko Fujimori se deben más al trabajo del partido de César Acuña en el norte y la selva, que al atribuido erróneamente al “llamado” de Verónica Mendoza. La verdad es que PPK no le debe nada a la izquierda e hipotecar una agenda de modernidad a la grosera “sacada en cara” del Frente Amplio y de sus cercanos, sería pincharse las llantas en la línea de partida. Peor aún si por dejar entrar a esos funestos oportunistas, hace a un lado a leales “pepekausas” que tienen más derecho de participar en el gobierno. PPK no debe ceder al chantaje.

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