El último fin de semana se cumplieron 90 día que el presidente Pedro Castillo no responde a los periodistas. La última vez que habló ante los micrófonos de los medios fue en Lurín, donde el mandatario calificó a la prensa de “chiste” por hacer su trabajo y preguntarle por sus contradicciones relacionadas a si conocía o no a la lobista Karelim López, quien después acusó al profesor de ser el cabecilla de una banda dedicada a saquear el Estado.

Antes de esa frase, el mandatario había dado tres entrevistas, una de ellas a CNN, la cual fue sumamente penosa y sirvió para que el presidente Castillo haga un verdadero ridículo internacional. Si nos vamos a la campaña electoral, vemos que el entonces candidato de Perú Libre jamás fue capaz de hablar ante los medios, tal como corresponde a cualquier político. Aún así este caballero fue elegido por una mínima diferencia y hoy todos pagamos las consecuencia de ese error.

Tenemos un presidente que está de espaldas no necesariamente a los periodistas y los medios, sino a los peruanos, que tienen un gobernante desaprobado el transparencia y en hacer valer el derecho que tienen los ciudadanos de conocer las acciones de su principal autoridad, especialmente en momentos críticos. Los escándalos ocurren todos los días, pero el hombre anda mudo. Con él no es. Las acusaciones de ineptitud y corrupción son pan de cada día, pero el jefe de Estado no habla.

Hace pocas horas ha aparecido a través de Willax TV, el audio de una conversación entre el antiguo asaltante de pizzerías Zamir Villaverde y el ex secretario palaciego Bruno Pacheco, en que mencionan al mandatario en medio de acciones presuntamente delictivas. En cualquier gobierno que se respete, el presidente hubiese sido el primero en salir a aclarar un contenido de ese calibre. Sin embargo, acá el principal señalado se sigue corriendo de los micrófonos.

Pero el problema con el presidente Castillo no solo radica en su prolongado silencio, sino en el maltrato y hasta desprecio de su gobierno por los medios que hacen su trabajo, tal como sucede en cualquier democracia, y no en un país como el que sueñan el profesor y su socio Vladimir Cerrón, donde los periodistas viven arrodillados con una pistola en la sien y obligados a decir lo que obliga el poder tiránico. No dejemos que acá suceda lo que sufren Cuba, Venezuela y Nicaragua.

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