GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Que nuestro sistema de justicia está plagado de corrupción y favores ya lo sabíamos todos. Sin embargo, verlo con nuestros propios ojos -o, en este caso, oírlo por nosotros mismos- ha sido como un baldazo de agua fría que confirma, violentamente, algo que como rumor dolía, pero dejábamos pasar como algo inevitable.

Tan solo unos meses atrás, unos videos registraron hechos también nefastos, como una presunta negociación para evitar la vacancia de Pedro Pablo Kuczynski. En los “mamaniaudios”, el lenguaje utilizado por los protagonistas de las imágenes recuerda al de Hinostroza, Ríos y compañía: el del vivazo, amiguero, chabacano.

Y es que el hecho de que la cultura de la viveza haya alcanzado tan altas esferas no es coincidencia. La corrupción, la “pendejada”, está entre nosotros, vayamos a donde vayamos. Está tanto en el juez que intercambia favores como en el que se pasa, bacanazo, la luz roja. Podredumbre moral tienen Kenji Fujimori y Bruno Giuffra, pero también quien le pide al policía que lo apoye, hermanito, mientras le pasa, solapadamente, unos verdecitos. La viveza está en Montesinos, pero también en el que adelanta por la auxiliar. Porque, en nuestro Perú, “el que no es conchudo muere por cojudo”.

¿De qué servirá renovar el CNM, el Poder Judicial, el Congreso, el Ejecutivo o -si se quiere- el Estado entero? ¿Qué nos garantiza que los reemplazantes no serán también vivos, conchudos, pendejos? La solución a esta crisis es, evidentemente, compleja. Pero quizás, como una luz al final del túnel y en un plazo largo -larguísimo-, el cambio, lento y platónico, podría empezar por uno mismo.