Todo es fragilidad en estos tiempos, afecta a las instituciones políticas y al sistema de salud. No es el único país, muchos en el mundo están buscando la salida en líderes autoritarios. Se ha cumplido un aniversario del asalto al Capitolio que impactó negativamente en ese modelo de sociedad democrática que es Estados Unidos. Algo semejante ocurrió en Alemania hace un siglo, en la República de Weimar, cuando se produjo un monumental derrumbamiento de los valores propios de una sociedad democrática. Nuestro país parece propicio a ese derrumbamiento desde que su población se percibe víctima de las siete plagas. En la economía, la salud y el manejo político. Todo ello se refleja en una sensación de orfandad, en la pérdida de la protección que nos debe el Estado lo que se traduce en sentimientos de precariedad y de pérdida. Mensaje desgarrador para quienes tienen hoy las decisiones de gobierno. No dejar pasar las advertencias y menos aún las angustias que se generalizan.  No se trata de discursos ni de demagogia sino de atender los reclamos que proliferan y lo más importante de gestionarlos racionalmente para devolver un poco de confianza a la gente, en las posibilidades del país y en los líderes del Ejecutivo y Legislativo. Y por favor no recurrir a las falsas promesas. El gobierno de Pedro Castillo se mantiene por la crisis de relevo posible y la ausencia de drama, la gente procesa la precariedad con dignidad y hasta resignación lo que no significa ignorar la incapacidad, la incompetencia o la corrupción. La procesión va por dentro, no hay que desconocerla, puede poner en peligro la democracia tan laboriosamente lograda. Los sentimientos no desaparecen por falta de reconocimiento. El momento es grave, no enterrar la cabeza como el avestruz para hacerlo desaparecer. Nos toca pelear por aspectos concretos en especial por la salud y por el empleo.