Pedro Castillo, de Perú Libre, logró crecer exponencialmente en las últimas semanas a pesar de no haber gozado de cobertura por los medios de comunicación tradicionales. El último domingo nos enseña nuevamente la lección que ya tendríamos que haber aprendido; el Perú no es Lima. No podemos pretender analizar lo que ocurre en el Perú si hay una muralla de hierro entre Lima y el resto del país.

Si alguien como Castillo ha logrado ganarse las simpatías de una porción importante de peruanos, es porque ofrece algo que el resto de los candidatos no. Eso no quiere decir que sus propuestas sean buenas o siquiera viables, pero definitivamente es sintomático de un sentir disconforme que se viene cocinando a lo largo del país hace un buen tiempo, y al que ya no nos podemos hacer de la vista gorda.

Muchos peruanos se sienten abandonados; abandonados por el Estado y por el mercado. El crecimiento económico les es ajeno. La presencia del Estado también. Cuando la mayoría de los candidatos habla, no se sienten identificados. De ahí el pedido de un cambio radical. Y Pedro Castillo sí les habló.

Así Castillo no gane la elección –porque seguro que se viene una campaña de artillería pesada en la segunda vuelta–, no podemos seguir ignorando lo que él representa. Quien sea que asuma la presidencia en julio, deberá hacer un gobierno que empiece a consolidar un alcance en todo el Perú. Deberá buscar que muchos peruanos se dejen de sentir abandonados. Deberá caminar los pasos de un Estado fuerte y capaz que pueda llegar a esos lugares que son lejanos, pero no irrelevantes.

La elección pasada nos sorprendimos con el Frepap. Ahora con Castillo. Quizás deberíamos preguntarnos ¿por qué seguimos sorprendiéndonos? Nos toca admitir que, lo que venimos haciendo, lo estamos haciendo mal.