Todos aprendimos su letra en nuestra infancia, “De tin marín de do pingüé…”. Parece que la canción no nos deja de adultos pues la escuchamos escondida en las acciones y respuestas de nuestras autoridades cuando se trata de asegurar servicios básicos a la ciudadanía; esto es, condiciones habilitantes para poder crecer y dar el salto. “Yo no fui, fue Tetè”, responden los funcionarios públicos en los todos niveles de gobierno cuando se trata de resolver problemas o de simplemente hacer su trabajo.
Me centraré en la infraestructura no solo porque el “de tin marin” es muy popular, sino por la cercanía al mensaje de 28 de julio, en el que muchas veces suele primar el entusiasmo político. Sería más de lo mismo anunciar, por ejemplo, montos y cronogramas de proyectos sin reflexionar que necesitamos un modelo coherente de gestión de infraestructura para todos los sectores en donde se pase del paradigma de la programación presupuestal a la planificación de infraestructura con visión de desarrollo.
Sería más de lo mismo encargar proyectos a nuevas y viejas instituciones sin haberlas fortalecido con experiencias nacionales e internacionales en la gestión de proyectos exitosos. Sería más de lo mismo anunciar miles de millones en obras sin hablar de los miles y millones que requiere su operación y mantenimiento; y sería más de lo mismo reducir los problemas de la infraestructura a la remozada Ley de Contrataciones.
En economía, las instituciones son las que explican el crecimiento de largo plazo. El esfuerzo de los políticos y hacedores de políticas públicas debe estar orientado a construir institucionalidad e instituciones sólidas. En nuestro caso pasa por revisar primero los modelos que tenemos para gestionar la infraestructura y de alejarnos del enfoque hacendario o presupuestal si es que queremos ver tener infraestructura y servicios funcionando.