Más allá de lo cuestionable de la última elección, donde sin duda hubo una masa crítica demasiado significativa como para poner en duda el resultado electoral; más allá de la evidente improvisación del candidato ganador que hasta prácticamente el último minuto antes de salir al campo no tiene definido al equipo; más allá del evidente agujero negro al que entre el país con la complicidad de fuerzas políticas que se opusieron inicialmente pero ya se apresuraron a alinearse cortesanamente al poder para sacar sus tajadas; más allá de todo esto y más, es importante empezar a analizar por qué emergió con tanta fuerza la candidatura de Pedro Castillo, hasta convertirlo en un extraordinario candidato que volteó una intención de voto que lo tenía en el pelotón de otros, hasta convertirlo en Presidente de la República. No hay espacio aquí para ese análisis, pero hay que entender qué pasó.

Una glosa para Keiko Fujimori. Aunque ahora no lo vea, por el dolor de la derrota, ella ha sido una de las ganadoras en esta elección. Entró a ella sin posibilidad de nada, con un partido debilitado hasta el punto en que hasta el final corrió el riesgo de quedar judicialmente fuera de la competencia. Sale de la elección con un muy cuestionable “segundo lugar”, con la segunda mayoría congresal y encima, con gran parte de su antivoto minimizado. Baste decir que logró el apoyo y hasta la “bendición política” de enemigos declarados por veinte años, como es el caso nada menos que de Mario Vargas Llosa y de la misma Lourdes Flores. Ante un candidato que tuvo siempre todas las de ganar, redujo paciente pero consistentemente, el margen de votos, sin perder la fe, mientras otros se iban desmoralizando. Por si esto no bastara, ha desarrollado un capital político propio, y también, ha construido habilidades personales que la mostraron más aguerrida y sólida en sus planteamientos. Finalmente, es una mujer joven que tiene mucho por significar en la política peruana de las próximas tres décadas.