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El mes del orgullo de la diversidad sexual ha vuelto a poner en la mesa argumentos antiguos. De hecho, las razones de quienes se oponen a aceptar la igualdad de derechos para las personas homosexuales es la similitud que guardan con aquellos pregonados por los opositores del matrimonio interracial: el genuino temor a que la sociedad degenere en la más espantosa decadencia moral.

Sin embargo, si es que la historia no ha bastado para probar que la sociedad no degenera por reconocer derechos humanos a grupos marginados, basta con mirar la inmensa cantidad de países primermundistas que han legalizado el matrimonio entre homosexuales (e incluso la adopción por parte de parejas gay) para comprobar que sus sociedades están bastante lejos de parecerse, en lo más mínimo, a Sodoma y Gomorra.

Otro argumento recurrente -tan demagógico como contrario a los principios universales del Derecho- es que no debe legalizarse la unión entre parejas homosexuales por el simple hecho de que la mayoría no está de acuerdo con ello. ¿Se opone la mayoría de peruanos a la unión entre personas del mismo sexo? Sí. ¿Es ese un argumento suficiente para impedirla? Rotundamente, no.

Los derechos fundamentales -y, de nuevo, esto es Derecho puro y duro, no opinión personal- no se deciden por mayoría. Si así fuera, bastaría que mañana una mayoría apruebe quitar, por ejemplo, el derecho a voto a las mujeres para que así sea. De hecho, los más atroces crímenes contra la humanidad se han cometido con la aprobación contenta de la mayoría.

Así que, si usted está dentro de una mayoría que niega derechos, no se enorgullezca. Recuerde que la historia suele ser más sabia que las masas.