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El Capítulo V del Libro Tercero de La Política de Aristóteles distinguía tres tipos de gobierno: reinado, aristocracia y república. Esta última se da “cuando la mayoría gobierna en bien del interés general”. Sostenía también que “las desviaciones de estos gobiernos son: la tiranía, que lo es del reinado; la oligarquía, que lo es de la aristocracia; la demagogia, que lo es de la república”.

Algunos tratadistas que interpretan a Aristóteles señalan que “la demagogia no solo es un estilo político del pueblo, sino es, sobre todo, una forma específica de gobierno: la forma corrupta o degenerada de la democracia que lleva a la institución de un gobierno despótico de las clases inferiores o los muchos, que gobiernan en nombre de la multitud” (Zucchini, 1987, p. 440). Aristóteles pensaba que “los demagogos sólo aparecen allí donde la ley ha perdido la soberanía”.

En palabras simples, demagogia era una forma de gobierno donde el soberano era el pueblo, el imperio de la ley no importa; complacer al soberano sí, tenga o no razón.

Hoy la demagogia sacude violentamente nuestra endeble democracia. El Gobierno, apoyado en medios de comunicación, encuestas, redes sociales e inteligencia, implementa maniobras de persuasión con contenidos populistas para conseguir la aceptación popular y en nombre del pueblo pisotear las instituciones y la Constitución, lo cual más que una desviación de la democracia es una degradación de esta, perdiendo espacio la democracia representativa frente a la democracia plebiscitaria.

Ello ocurre en la medida que el Gobierno no encuentra la forma de resolver los principales problemas del país, como la inseguridad ciudadana, la pobreza, los conflictos sociales, la reconstrucción del norte, la reactivación de la economía, la inversión y la anemia. Frente a ello, emplea su agenda monotemática: género y persistente confrontación al Congreso; pura demagogia.

Un demagogo, según Aristófanes, no debe ser “ni honesto ni educado; tiene que ser ignorante y canalla”. Su voz, igualmente, debe ser “horrible y chillona”, y su naturaleza “intratable y perversa”: solo así tendrá todo lo necesario para gobernar (Los caballeros, p. 185).

¡¡¡Por el bien del país, rectifíquese, señor Vizcarra, está a tiempo!!! 

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