La percepción sobre el respeto al bien humano de la libertad fue resumida por Montesquieu del siguiente modo: “La libertad política de un ciudadano depende de la tranquilidad de espíritu que nace de la opinión que tiene cada uno de su seguridad. Y para que exista libertad es necesario que el gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro”. Hoy en día, similar idea puede explicarse en el sentido que la salud de una forma de gobierno se mide por el grado de autolimitación y respeto de sus instituciones a los principios y reglas constitucionales. En ese sentido, la debida interpretación de los jueces a sus disposiciones bajo un principio de unidad para evitar contradicciones internas, así como los límites de cada función del poder en el correcto ejercicio de sus competencias son pilares para la garantía de las libertades que impiden excesos a que quienes ejercen funciones públicas y devengan en tiranos.

La democracia en la práctica es una técnica de libertad, por eso es el sistema mejor tolerado por el ser humano a pesar de sus imperfecciones; sin embargo, su normal y correcto ejercicio termina agotando a sus representantes, por eso es necesaria su alternancia política en el tiempo. El problema surge cuando las instituciones en ejercicio de sus competencias devienen en conductas anormales: si permanecen en el cargo habiendo expirado su mandato, si se toman decisiones a pesar de un expreso impedimento constitucional o incumplen sus deberes de función; en resumen, cuando las personas se comportan más fuertes que las instituciones.