Que frene la deforestación de la selva. Con la posibilidad inminente de que 30 especies sean retiradas de la lista del Serfor de árboles protegidos, el futuro de nuestra Amazonía no se ve nada prometedor. Una de esas especies es el chihuahuaco, hábitat del águila arpía y codiciado por la madera extradura que produce, una especie que puede alcanzar los mil años de edad y que prácticamente ha desaparecido de algunas zonas debido a la voraz demanda que genera. Esto nos lleva a otro deseo: hasta dónde vamos a tratar de sacarle el jugo a los recursos naturales. El crecimiento de la economía no puede basarse en el saqueo de las despensas marinas, forestales y petrolíferas. Las zonas tradicionalmente petroleras de la selva siguen registrando niveles altos de pobreza. Los derrames de petróleo son noticias que llegan con días y semanas de atraso y los afectados son justamente los pobladores de mayoría indígena que tuvieron la desdicha de vivir cerca de oleoductos y sitios de extracción. Que el Perú desarrolle su capacidad turística. Por todas partes vemos que las ciudades crecen sin planificación. Cada vez más la cultura de lo informal y caótico contamina las poblaciones menores. Sitios como Cabanaconde, en el Cañón del Colca, se transformaron de plácidos pueblecillos que encantaban a los primeros viajeros en remedos de Lima con hoteles de varios pisos malogrando un paisaje que dice mucho del nivel de alcaldes y gobernadores que tienen a cargo el desarrollo del país. Que el Gobierno invierta mucho más en educación. Se está demostrando que los colegios nacionales pueden brindar una mejor enseñanza que muchos colegios particulares que parecen haber tomado su encargo como un mero negocio. Sin educación no hay futuro, sin futuro no habrá más Navidad.