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Resulta que estamos ad portas de la gran pesada (con miradas de desprecio incluidas) entre el ganador Pedro Pablo Kuczynski y la derrotada -pero no deprimida, “porque eso es para los perdedores”- Keiko Fujimori.

Da la impresión de que vivimos en el reino del revés, donde nada el pájaro y vuela el pez. Que sepamos, somos un país laico; no obstante, tiene que mediar la Iglesia para que al fin haya diálogo entre estos dos enemigos públicos.

El árbitro está a la altura de las circunstancias: Juan Luis Cipriani, el cardenal al que se le atribuye la frase “Los derechos humanos son una cojudez” y el plagio de un texto de Benedicto XVI. Válgame Dios.

En términos prácticos, Keiko no le ha ganado a nadie, y ni siquiera lo admite, como lo establece lo políticamente correcto. Así, no sé qué tan legítimo sea dialogar con ella si no es oficialmente parte de nada. Parece que ser la dueña del mototaxi y tener a la orden a sus 72 congresistas le han hecho perder la perspectiva. Ya sentó presencia -en ocasiones, al caballazo- en la Sunat, la Defensoría, el BCR y otros estamentos estatales, pero bueno es culantro pero no tanto. Una cosa es ser cabeza de la oposición, legítimamente, y otra meterle cabeza al zigzagueante PPK que, vale decirlo también, se ha dejado pisar el poncho.

Por lo demás, ¿qué tienen que estar conversando en la casa de un cura? ¿PPK no se da cuenta de que lo están poniendo “como en un escaparate”? La cita debe ser en Palacio.

Las últimas encuestas indican que el Congreso, de mayoría fujimorista, va cuesta abajo y la actitud censurable de sacar a Jaime Saavedra vendrá con factura más alta. A ver si Fujimori lo entiende y ayuda en la gobernabilidad.

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