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Absurdo e increíble que hoy, luego de casi 60 años de iniciados los brutales excesos cometidos por Fidel Castro y su régimen que aún no termina, por más gestos que se han tenido con Estados Unidos en los últimos dos años, la isla siga padeciendo una dictadura impresentable ante la mirada cómplice e indiferente de muchos gobiernos, organismos multilaterales y fuerzas políticas que ven al castrismo como parte del paisaje de nuestra región.

El tirano acaba de cumplir 90 años y, como era de esperarse, ha sido tratado en un evento público como una divinidad, al lado de su hermano Raúl, quien hoy lleva las riendas de un país que hace muchos años debería estar respirando libertad, lejos de la opresión y la eterna crisis económica en que lo han sumido estos hermanos y su corte de incondicionales, que sin duda no sufren lo que sufre el cubano de a pie hasta para conseguir comida.

Por más gestos de apertura y de reconciliación con Estados Unidos, su encarnizado rival desde inicios de la revolución castrista, lo cierto es que en la isla, incluso teniendo un embajador enviado por Washington, sigue ausente la democracia, la libertad de expresión y una real apertura económica hacia el mundo que les permita dejar atrás una pesadilla que desde hace años se supone que está por caer, pero que en verdad sigue tan vigente como el 1 de enero de 1959.

Nadie que de verdad sea un defensor de la democracia y las libertades puede guardar silencio cómplice ante lo que sucede en Cuba, donde la consigna castrista de lograr la igualdad con su revolución ha convertido a los más de 11 millones de cubanos en pobres extremos, con una vida muy alejada de los privilegios de familia real de los que sí gozan los Castro y algunos de sus allegados, en su mayoría burócratas incondicionales.

Fidel Castro ha cumplido 90 años y el país que usurpó creyéndose su salvador sigue siendo una herida para la democracia y la real defensa de los derechos humanos, no aquella basada en poses y el rédito económico proveniente de los “aportantes”. La isla no tiene nada que celebrar, así como América Latina tampoco tiene nada de qué alegrarse, pues alberga en su seno una dictadura propia de tiempos que nunca más deben volver.

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