Después de la convulsa jornada del miércoles 7 de diciembre, que se convirtió en un fallido 5 de abril de Pedro Castillo, que puso a prueba nuestras instituciones democráticas que, a pesar de su debilidad lograron resistir el intento de golpe de Estado, y que desembocó en la vacancia de Castillo y la unción de Dina Boluarte como la primera presidente del Perú; no está claro el panorama político en el futuro cercano.

Por un lado, la estrepitosa salida de Pedro Castillo del poder la originó él mismo. El que su familia y círculo de confianza estuvieran siendo investigados y la traición de varios “compañeros de lucha” que se convirtieron en colaboradores eficaces del Ministerio Público en su contra, lo dejaron sólo y vulnerable. Ante ese desgaste psicológico es que se puede comprender lo errático de su actuar, junto a asesores de medio pelo con en lugar de ayudarlo lo terminaron de hundir más.

Con la llegada de Boluarte a la presidencia, entró una leve brizna de aire en la asfixiante realidad que padecíamos, donde el Estado se iba a pique ante las denuncias periodísticas que mostraban la calaña del régimen y el carrusel en que se había convertido el gabinete con más de 100 ministros nombrados en un poco menos de año y medio de gobierno.

Pero se abre un nuevo capítulo y no el final de nuestra larga crisis, pues más impopular que Castillo es el Congreso. La izquierda que mueve el interior del país ha reusado hacer parte del nuevo gobierno con el portazo de Perú Libre a Dina Boluarte, caldeando así el clamor por nuevas elecciones. Por su parte la nueva presidente está descubriendo lo que Alan García y Ollanta Humala comprobaron: que era más fácil gobernar con la derecha. Así las cosas, no se ve que la gobernabilidad esté cerca.

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