Las decisiones electorales generan consecuencias políticas bien claras. Si decides marchar con filo-terroristas, chavistas pleistocénicos, lacayos abortistas de Nadine y sujetos que de tanto ser llamados “Popy” terminan actuando como payasos, entonces tienes que comprender que, aun sin proponértelo, estás apostando por la continuación del humalismo.

La pareja presidencial logró convocar a todos estos sectores predicando el odio a Keiko Fujimori, y el resultado de tal odio se resume en cinco años de postración y retroceso. El odio siempre es estéril y el humalismo, en su impotencia creativa, en su incapacidad para la reforma, ha mostrado los límites nefastos de la polarización política. Ollanta y Nadine subieron al poder odiando y se retiran de Palacio en medio de arengas que incitan a maldecir al oponente sin propósito de enmienda. Si la Presidencia no sirve para unir a los peruanos, ¿entonces qué propósito tiene?

Hay que sospechar de los fariseos metidos en política. Los sepulcros blanqueados que proclaman pureza virginal y decencia a los cuatro vientos suelen ser cadáveres espirituales con juramentos rotos y compromisos ideológicos a cuestas. Lo normal en la política es lo normal en la vida humana. El político, como todas las personas, se equivoca, cae y se levanta. El que aprende a rectificar y subsana sus errores es un político capacitado para el gobierno. Por el contrario, aquel que se encierra en la soberbia luciferina de creerse moralmente superior pertenece a la torre de marfil del sectarismo ideológico. Ahora que nos toca votar, votemos por la unidad, votemos por el cambio posible, votemos por la humildad, que es base del verdadero patriotismo. No por esos cantos de sirena que buscan enfrentarnos unos a otros hasta la violencia y la extinción.