El profesor Pedro Castillo debería asimilar de una vez que por esas cosas que solo pasan en el Perú, se ha convertido en el presidente y que como tal sus palabras tienen repercusión en la economía y la vida de los peruanos. Ya no es un ciudadano más, ni un X que puede andar diciendo libremente cualquier barbaridad, como las que soltaba en calles y plazas en sus tiempos de candidato o de agitador al frente de una huelga como la de 2017, que casi hace perder el año a miles de niños y jóvenes.

Una cosa es ser un candidato presidencial amparado en un ideario extremista y hacer demagogia; y otra muy distinta ponerse al frente del destino de casi 33 millones de personas. Una cosa es gritar cualquier cosa durante la asamblea de un sindicato de profesores radicales que solo buscan que no los evalúen y les aumenten sus sueldos, y otra ser el gobernante de un país devastado por una pandemia que ha matado a 200 mil ciudadanos y se ha traído abajo la economía.

El mandatario debería darse cuenta de una vez que el ideario de Perú Libre y las ideas de sus socios Vladimir Cerrón y Guillermo Bermejo no sirven para nada, salvo para hundir un país y llevarlo a la miseria. Sería bueno que sepa también que ya no estamos en los años 70, y que el solo anuncio de “estatizar o nacionalizar” es una patada a la estabilidad económica de cualquier lugar y a la credibilidad de un gobierno, lo que no hace más que ahuyentar las inversiones y apuntalar la pobreza.

Con casi 100 días al frente del país, el profesor Castillo ya tendría que saber que la hoja de coca que tanto defiende su ministro del Interior, Luis Baranzuela, no tiene nada de “sagrada” ni sirve para industrializarla, y que el 90% de su producción es el tóxico insumo principal que se usa para elaborar la cocaína que genera el narcotráfico y sostiene a los residuos terroristas que asesinan a policías y militares como los que lo cuidan a él y a su familia, aún a costa de sus muy valiosas vidas.

Son las consecuencias de haber elegido a un gobernante poco calificado que además antepone la ideología y los compromisos con sus socios, antes que la realidad y la responsabilidad ante millones de ciudadanos que estamos en medio de los vaivenes de un régimen precario, encabezado por una persona que de una buena vez debería darse cuenta de la necesidad de al menos tratar de comportarse como un estadista, y dejar de lado la faceta de incendiario.