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La historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, decía el barbudo de Tréveris. Y eso es lo que está sucediendo con la institución presidencial. Fuerza Popular ha llegado a la conclusión de que el remedio ha sido peor que la enfermedad y ha decidido responder al talante confrontacional del Ejecutivo abriendo fuego sin contemplaciones. La secuencia lógica es clara: una mayoría parlamentaria apoyó la vacancia y garantizó la continuidad constitucional del presidente Vizcarra. Apenas unas semanas después, y aprovechando un escándalo dirigido por actores todavía no expuestos, el Ejecutivo optó por honrar su deuda presionando mediante sus operadores para lograr el cierre del Parlamento. “Te apoyamos sin hipotecas y a cambio pides que nos destruyan” es la sensación que la hostilidad de la Presidencia ha despertado en la mayoría que garantizó su ascenso al poder.

Vizcarra ha optado por seguir el mismo sendero trazado por el sector radical que apuesta desde hace veinte años por la liquidación total de Fuerza Popular como requisito para la gobernabilidad del país. Tal apuesta es maniquea y por ende peligrosa. Fuerza Popular ha sido el gran escollo para que ese sector, reducido pero bien organizado, controle completamente el país. Fue ese sector el que empujó a Kuczynski al abismo. Y no dudará en hacer lo mismo con el nuevo Presidente. Su caída es un paso más en una estrategia clara de exterminio.

Los presidentes no necesitan doblegarse ante los partidos mayoritarios. Los buenos presidentes colaboran con los partidos mayoritarios. Los resultados de una guerra civil solo favorecen al sector gramsciano que aspira a doblegar sin participar en las batallas.