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Cosas de la vida, nada premeditadas, pero suceden. Días en los que hay que celebrar la vida y llorar al mismo tiempo la muerte. 16 de agosto: Madonna Louise Veronica Ciccone cumplió 60 años. “Reina del pop” por mérito propio, festejó lo bueno, lo malo y sobre todo una vida plena. Aretha Louise Franklin, la “Reina del soul”, dejaba para siempre su legado musical y su símbolo intacto de mujer luchadora y diva total. Dos mujeres, dos historias, aparentemente distintas una de la otra, pero unidas no solo por el mismo segundo nombre, sino también por la trascedencia merecida. La de Madonna fue por enfrentar sin miedo a una industria acostumbrada a ningunear a las mujeres dejándolas a merced de productores que buscaban que todas sonaran y vistieran igual. Ella, acostumbrada a los golpes de la vida desde muy niña y con una juventud nada fácil, apenas pudo, se plantó frente a todos y puso sus condiciones. Y fueron su marca registrada. Reinventarse en cada disco, marcar tendencia en la moda de sus seguidores, ser una provocadora total y no parecerse a otras fueron las constantes en su carrera y en su vida. En un negocio en el que todos veían con la boca abierta y aplaudían a cantantes y bandas de rock por mostrar una parafernalia para el asombro, llegó Madonna para decir acá estamos las mujeres y podemos hacer eso y más que los varones. Marcó pautas en el show business, tendencias musicales, se equivocó muchas veces, pero en otras salió victoriosa. Madonna celebró en el día en que se fue una mujer que años antes tuvo que enfrentar enemigos más peligrosos, como el racismo, la segregación a una comunidad que buscaba con justicia las mismas oportunidades. Aretha Franklin, hija de un pastor bautista, supo desde siempre que su voz era un regalo divino y que con ella, además de labrarse un camino en la música, también podía contribuir con su gente y sus reclamos. Luego de una etapa en Columbia Records, que la quería para el pop y el jazz, se mudó para Atlantic, sello en el que explotó esa voz del alma que la caracterizó. Y en cuanto tuvo la oportunidad, pidió “Respeto” con una canción que se convirtió en un himno para las mujeres. Esa fue su constante. Sin llegar a discursos panfletarios, lo suyo fue, desde su grandeza como cantante, llegar y hacerse respetar. Aretha, voz de una nación; Madonna, la de una generación en busca de su propio destino. Ambas trascienden por mérito propio. Sigamos celebrándolas.

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