No es un secreto que el conflicto en Siria, que lleva cinco años, tiene en EE.UU. y Rusia a los actos externos más visibles. Mientras el régimen de Bashar al Assad cuenta con el apoyo incondicional de Moscú que no acepta la salida del tirano presidente, Washington se ha mostrado inclinado a los grupos rebeldes al gobierno que buscan a como dé lugar su salida. En medio de esta correlación de fuerzas, los intereses exógenos a que me he referido han convenido recientemente en Múnich la necesidad de un inmediato cese de las hostilidades para facilitar la tarea humanitaria que permita aliviar a los civiles que son los directamente afectados en esta guerra interna. No será fácil, pero es necesario que se logre el acuerdo cuanto antes. Una cuestión de fondo sustantiva es que un cese el fuego no asegura la paz permanente. El otro actor visible pero que está al margen de las reglas del derecho internacional humanitario (DIH), que por cierto no conoce ni respeta, es el Estado Islámico de Iraq y el Levante, que ha venido propiciando una situación de zozobra en el país. |De ahí que por obvias razones, el esfuerzo negociador para el acuerdo a que tanto apelan el jefe de la diplomacia estadounidense John Kerry y su homólogo ruso, Serguei Lavrov, no los incluya por tratarse de actores no convencionales; es decir, actores que están muy al margen de las reglas del conflicto establecidas en los Convenios de Ginebra de 1949 sobre DIH. EE.UU. y Rusia han metido sus narices en Siria y no es la primera vez que lo hacen en espacios del globo de enorme importancia geopolítica como sucede con Siria donde ambos países decididamente buscan imponer su enorme poder e influencia.