César Véliz Mendoza
Gustavo Eiffel, creador de la torre maravillosa con más de 300 metros de altura desde donde ofrece el panorama de París a más de un millón de visitantes cada verano, en cierta oportunidad dijo: con mi padre aprendí a soñar pero mi madre me enseñó la fría materialidad de los negocios.
Si este mensaje práctico le agregamos el de Máximo Gorki que sentenciaba que antes que educar al niño, hay que educar a la madre, fácilmente se encuentra la razón y éxito de la sociedad moderna. La mujer y la mujer madre son fundamentales de la sociedad. .
Gustavo Eiffel desde hace más de 120 años reiteraba que el éxito de su vida profesional lo debe a sus padres porque es preciso soñar y sólo soñando se materializan obras monumentales como las modernas construcciones de acero y el tendido de los puentes más grandes del mundo con técnicas audaces que revolucionaron la ingeniería.
Sus experimentos aparentemente fantásticos iniciaron la transición de la época de la piedra y la madera a la moderna época del cero y el hormigón. Como ejemplo figuran muchos rascacielos de Nueva York.
Con el propósito de entretenerse creó los principios en los que se sustentan las alas y hélices de avión o el sistema viable de producir películas habladas. Gozaba haciendo.
Si la torre de Heiffel es una de las cinco maravillas del mundo ahora podemos sentirnos satisfechos con Machu Picchu, monumental ciudadela construida a base de gigantescas piedras que dieron forma otra una maravilla de ingeniería.
Ambas son geniales pero la torre tiene el mérito de haber sido proyectada y construida por un solo cerebro que soñaba hacer realidad la obra más alta del mundo. Hoy ocupa el tercer lugar.
Empezó la construcción en 1887. Cuarenta ingenieros y dibujantes habían trabajado dos años en los detalles de 15 mil secciones de hierro forjado destinadas a quedar sujetas unas a otras con dos millones 500 mil remaches. Doscientos cincuenta obreros montaron en un año los cuatro inmensos arcos en una hectárea de terreno.
Para financiar la obra Eiffel tuvo que hipotecar parte de su compañía y enfrentar a centenares de escritores y políticos que se oponía a la "horrorosa nonstruosidad"
Él se limitaba a sonreír y decía en voz baja "esperen a que se termine" En marzo de 1889 la torre quedó completa. Se había completado la hazaña y la bandera de Francia flameaba sobre el asta de 300 metros de altura. La envidia quedó atrás.