El Acuña Boy es una especie en plena vigencia en Trujillo, Crece como la espuma, prolifera cual hormigas en la panza del poder. Nació bajo la asunción del César, el chotano más exitoso de la región que llegó a hacerse grande en el mundo del negocio educativo y seguidamente en la política.

El Acuña Boy es aquel que, desvestido del ropaje de su dignidad, pone lo mejor de sí, apechuga con todo lo que tiene si es posible, con tal de defender a quien prácticamente lo ha hecho existir. Y es que aquí no hay reparo que valga ni pudor que importe. Lo que importa es sobrevivir, tener la marmaja, el apoyo generoso, la subvención salvadora, el puesto de trabajo soñado que nunca en otra plataforma y otro lugar conseguirá. Porque, claro, la mano regalona de Acuña todo lo puede y sin ella estaría seguramente deambulando en la Plaza de Armas o en el Paseo de las Aguas pateando latas vacías mientras mira al cielo a ver si algo cae.

El Acuña Boy se siente infinitamente agradecido porque gracias a esa mano generosa ha conseguido estatus, poder, un sueldo decoroso y hasta una novia guapa proveniente del anfitrionaje que antes no le hubiese ni mirado.

Pero el Acuña Boy es algo más que eso. Es aquel que ha reemplazado a la casta aprista que, con tarjeta en mano, en décadas pasadas se aplastaba sobre su asiento de oficina para esperar los rostros angustiados de quienes iban a pedir un favorcito, no seas malito. Es el mismo que en los ochenta y los noventa se sentía con el poder suficiente gracias al respaldo de la estrella. Y lo que el Acuña Boy no sabe es que eso es justamente en lo que se ha convertido: en un complejo de superioridad y poderío circunstancial, caído del cielo, sin más mérito que el de un lustrabotas debidamente amaestrado.

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