¿Qué ocurre en lo más profundo del alma para que un ser humano se aproveche de la muerte o agonía de otra persona, a fin de apropiarse de sus pertenencias? Qué tipo de crimen es este, donde toda la miseria humana queda a flote, porque no es lo mismo que robarle a una persona viva y en uso de sus facultades. El desprecio por el dolor o la muerte de un semejante es lo que impresiona. Y no es algo excepcional, suele ser muy frecuente en nuestras tierras ante calamidades de esta naturaleza.

Algunas personas tienen el mismo comportamiento cuando se accidenta un vehículo que transporta algún tipo de bienes que representan algún valor para los depredadores. En el mundo animal sucede algo semejante entre los buitres, gallinazos, hienas y otras especies carroñeras. Dan vueltas alrededor del animal herido, esperando que ya no pueda defenderse -aunque siga vivo- para caerle encima. Pero claro, el animal no tiene libertad para decidir, esa conducta le ha sido impresa por la naturaleza en su instinto y, en consecuencia, no puede ser evaluado bajo ningún criterio moral. ¿Cuánto de animal guardamos los seres humanos en lo más íntimo de nuestro ser? ¿Cuánto que la educación o la cultura no ha sido capaz de ordenar o reprimir? Ahora las noticias internacionales le informarán al mundo que, en el Perú, no solo cualquier irresponsable conduce un bus de turistas a alta velocidad en una vía peligrosa, sino que, además, los pobladores saquean a las víctimas. Son las mismas pirañas que en cualquier semáforo te rompen el vidrio del auto para arrancharte la cartera. ¿Que no hubo un padre o una madre, un abuelo, un maestro, que orientara por mejores caminos a estos conciudadanos nuestros? Cuánto trabajo pendiente para nuestra educación es lo que nos ha mostrado también la tragedia del cerro San Cristóbal.