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El Partido Aprista Peruano cumplió ayer 89 años y la efemérides no podría encontrar al “Partido del pueblo” en una situación de mayor desafío. Y es que la prematura muerte de Alan García parece haberlos descolocado. Ello se nota con tan solo pasar por Alfonso Ugarte y comprobar que solo emerge, en la cuadra del viejo local partidario, la imagen de Haya de la Torre. Como si algunos apristas ortodoxos quisieran acurrucarse en el pasado heroico de Haya y borrar la imagen de Alan, en actitud que se contrapone a la de muchos jóvenes que solo conocieron al Apra a través del “García tardío”. Me pregunto entonces cómo no colocar a Alan a la altura de Haya. ¿Cómo es que no están las pancartas con ambos rostros juntos? ¿Cómo borrar de un plumazo que los dos únicos triunfos electorales que llevó a un aprista a la Casa de Pizarro se debieron a quien se pretende ocultar? ¿Cómo aferrarse al consabido “todo tiempo pasado fue mejor”, cuando el viejo líder no pudo conseguir lo que sí logró su discípulo predilecto?

Sin embargo, este no es solo un problema de figuras emblemáticas. Es un tema que los apristas se rehúsan a enfrentar y está relacionado con el viraje doctrinario que -quiérase o no, lo declarase expresamente o no- significó el último Alan García que pudimos conocer. El que regresó de París con una nueva idea de la globalización, aquel que se atrevió a un segundo mandato siguiendo claras trazas liberales porque no se resignó a dejar como único legado el estrepitoso fracaso de su primer gobierno, de marcado tono socialista. Y es que si Alan gobernó en su primer periodo con “El antimperialismo y el Apra” en el corazón, en el segundo lo hizo con “El perro del hortelano” en la cabeza. Ahí están, implícitos, los términos del debate que -sin proponérselo quizás- dejó como tarea el propio Alan para los apristas de hoy. Y ojalá lo resuelvan en la dirección correcta, la que marca el rumbo de estos tiempos.