La campaña electoral de Estados Unidos parece empezar a calentar desde la convención republicana de esta semana, donde lo más resaltante fue una línea de base de preferencias electorales que mostraría hasta 10 puntos a favor de Joe Biden así como la ausencia de los “notables” de la cúpula del Grand Old Party en el entorno cercano de Donald Trump.

Hechos ambos que producen la algarabía demócrata, porque sienten que la distancia es muy grande y que el Presidente no cuenta con verdadero apoyo de su partido. Una algarabía que seguramente comparten Xi Jinping y Putin.

Pero cuidado. Que las encuestas reflejen las verdaderas preferencias de los estadounidenses, luego de cuatro años de campañas de demolición de imagen de Trump, es ilusorio. La gente que lo quiere no lo dirá abiertamente.

Sin mencionar la credibilidad de las propias encuestadoras. Asimismo, la ausencia de los tótems republicanos estaría abonando la tesis de la existencia de un Deep State que configura un espacio de poder demócrata-republicano que mantiene compartido el poder entre algunos privilegiados de Washington.

Lo que vuelve a convertir a Trump en un cabal outsider de la política estadounidense que, sin compromisos con cúpulas, pueda convertirse en el único líder capaz de implantar cambios radicales en beneficio de sus compatriotas menos favorecidos, así como de frenar tanto al socialismo mundial como a potencias como China y Rusia.

La premura de sacar a Trump como sea de la Casa Blanca está empujando un enorme Caballo de Troya a la médula misma del alma estadounidense. La actitud de preferir el salto al vacío ante la alternativa de cuatro años con el actual mandatario, puede ser más suicida de lo que parece.

Particularmente, con un liderazgo tan débil como el que proyecta Biden, que rápidamente será desbordado. Baste entender que el Partido Demócrata de hoy no es el de tiempos de Kennedy. Hoy quieren ser una izquierda en serio: socialista y radical.