“Misión cumplida: lo tenemos”, escribió en su cuenta de Twitter el presidente de México, Enrique Peña Nieto, anunciando la detención de Joaquín Guzmán Loera, el “Chapo Guzmán”. Al presidente mexicano lo escucharon todos los santos. Desde que Peña Nieto y su gobierno quedaron en completo ridículo por la fuga del “Chapo” por un túnel cavado al interior del penal donde se encontraba y con ello sumamente debilitados ante la opinión pública nacional e internacional, no sabemos cuánto habrá invocado a los altares, pero imagino que debe haber sido mucho y es que se trata de la tercera detención del líder de una de las organizaciones internacionales de droga -Cártel de Sinaloa- más temidas de México, esta vez, por acción de un comando de élite de la Marina mexicana, luego de una inaudita fuga que paralizó al país. México ha debido soportar en los últimos años la presencia desafiante del narcotráfico que ha venido penetrando de modo inmisericorde en la sociedad mexicana hasta convertir al país en uno de los lugares más violentos y vulnerables de la región. La amenaza de considerar a México un narco Estado era un secreto a voces y para muchos no era descabellado.

Es probable que la nueva detención del “Chapo” obligue a la aplicación de protocolos de seguridad sumamente rígidos y sin desidias, pues de volver a escapar, el presidente Peña Nieto no lo podrá contar.

El panorama se volvería más incierto para un país de 121 millones de habitantes donde operan 9 cárteles de la droga que obligan a más de 75 mil adolescentes y niños a trabajar para su provecho. Es probable que haya habido apoyo de EE.UU., que lo tenía en la mira y en donde pesa una orden de extradición en su contra.

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