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Un día como hoy, en 1866, la postrera monarquía española de Isabel II con el gobierno del ducho general Leopoldo O’Donnel decidió recuperar sus antiguas posesiones sudamericanas -nadie en España apoyaba la febril empresa- so pretexto del cobro de la deuda impaga de la independencia que el Perú y sus vecinos se comprometieron por la Capitulación de Ayacucho (1824), el acontecimiento jurídico-político que los arrancó de nuestro continente. El Perú, gobernado por el revolucionario y nacionalista coronel Mariano Ignacio Prado -había defenestrado al presidente Juan Antonio Pezet-, en mejores condiciones económicas que Chile -Valparaíso había sido destruido por la flota española- gracias al auge del guano y el salitre en el mundo, asumió un rol de liderazgo en la defensa de la soberanía nacional de los Estados de la región que habían ganado su independencia apenas 50 años atrás por los principios del uti possidetis iure -derecho a mantener los mismos territorios virreinales cuando independientes gracias a la Real Cédula de 1810- y la libre determinación de los pueblos que era una consulta a los pueblos para decidir a qué nuevo Estado deseaban pertenecer. Al final de la contienda naval en el Callao, alcanzamos la victoria. Mientras la flota española se pertrechó en la isla San Lorenzo para luego dejar las aguas sudamericanas, se había inmolado el cajamarquino José Gálvez (47) que voló en el torreón de la Merced, en un combate de más de cuatro horas. El historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, que trató personalmente a Gálvez, dijo de este: “… pero bajo esa apariencia fría y dulce ocultaba un gran corazón y una inteligencia vasta y desarrollada”. España aprendió la lección porque renunció para siempre a sus aventuras ultramarinas, pero el Perú no. Descubierto afán naval chileno, era la oportunidad de fortalecer nuestra defensa nacional en el Pacífico Sudeste y la perdimos.