Para nadie es un secreto que el Congreso es una de las instituciones con peor aprobación en el país, pero todo parece indicar que sus propios representantes han tomado como un reto personal hacerlo caer más bajo.
No vamos a hablar de las leyes con nombre propio que han promovido en esta legislatura ni de cómo, poco a poco, han ido eliminando el sistema de contrapesos constitucionales, con la anuencia de un Ejecutivo débil, para convertirse en una especie de superentidad que, por ejemplo, puede aumentarse el presupuesto en 200 millones de soles solo porque se le ocurre y por que necesita fondos para satisfacer su voracidad por los bonos.
Tampoco señalaremos cómo lo que en otro momento habría valido una expulsión y un desafuero, como robar el sueldo a trabajadores, ahora solo es sancionado con una amonestación, una palmadita en el hombro, y no pasó nada.
Lo ocurrido con el congresista Lizarzaburu (Fuerza Popular), por ejemplo, debería ser uno de estos casos de sanción drástica pues estamos frente a una falta de respeto y agresión flagrante contra todas las parlamentarias, pero personalizada en una sola, Patricia Juárez.
Los actuales parlamentarios parecen olvidar que su cargo es efímero y más temprano que tarde van a tener que responder por sus actitudes a un fuero que no es el Legislativo.