En estos días ha vuelto al debate la legalización de la marihuana para usos medicinales. Personalmente, opino que su prohibición es incluso moralmente reprochable, pero de eso ya mucho se ha hablado.

Vayamos más allá. Hablemos de legalizar la marihuana en general. ¿Qué es lo que tememos cuando pensamos en esto? Podríamos decir que su consumo aumentaría. La realidad, sin embargo, ha demostrado que la legalización genera el efecto contrario. En Portugal, la marihuana es legal y, sin embargo, el país muestra un consumo de la droga por debajo del promedio de la Unión Europea. Lo mismo ocurrió en la ciudad de Ámsterdam -paraíso de los famosos “coffee shops”, tiendas que venden legalmente marihuana-, donde el consumo de la sustancia disminuyó desde su descriminalización.

El tema es que uno puede estar en desacuerdo con la marihuana, pero eso no significa que prohibirla sea la manera de impedir su consumo.

Y es que la prohibición de una sustancia no hace que desaparezca, sino que crea un mercado negro con consecuencias que no existirían en un mercado formal. Pongamos un ejemplo histórico: cuando en los años 20 se prohibió el alcohol en Estados Unidos, este no solo siguió consumiéndose en la clandestinidad, sino que se generaron mafias y delincuencia. ¿Recuerdan a Al Capone?

Por último, los mercados negros carecen de control de calidad alguna. ¿El resultado? Una marihuana de mala calidad y, por ende, nociva.

Tratemos, pues, de mirar a los países que han legalizado la marihuana -bastantes ya- y veamos si el consumo ha degenerado. Luego imaginemos un mercado formal, sin delincuencia de por medio, control de calidad y -para rematar- que recauda impuestos. ¿Será muy jalado de los pelos?