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Luego de ver tanto espectáculo de prepotencia, descontrol, acusaciones, desatinos y actos delincuenciales, la gente desconfía más que nunca de la clase política. Esto se ha visto reflejado en la última encuesta de Ipsos, en la que el 67% de peruanos no se identifica con ningún partido. Además, el 46% está poco o nada interesado en la política.

Evidentemente, los escándalos de muchos de ellos inciden para que la indiferencia aumente. El prestigio de los políticos está desapareciendo, porque estos le dan más espacio a las pugnas personales o partidarias que a lo que la gente necesita. Sus promesas de desarrollar planes y proyectos en beneficio de la población han sido apenas frases retóricas, que se degradan apenas empiezan a tallar los intereses subalternos y la corrupción.

Este panorama adverso debe ser una clarinada de alerta para la clase política peruana, que está más inmersa en la confrontación innecesaria que en el trabajo efectivo para el buen avance del país. Si los partidos políticos no se reinventan, y sus principales líderes no recuperan el lugar privilegiado del acontecer social, será casi imposible que los resultados se reviertan.

Hay que entender que los peruanos no solo necesitamos una nueva prédica, sino también una actitud diferente que tenga que ver con la decencia, la eficacia y el trabajo honrado. Lo peor que puede pasar es ingresar a un periodo crítico e irreconciliable en la lucha de poderes. Esperamos que los políticos se den cuenta que si continúan los enfrentamientos, llegaremos a una situación en la que esté comprometido hasta el sistema democrático.