Y un día Alberto Fujimori decidió expresarse claro. Dándole su lugar a Keiko como “indiscutible lideresa” del Fuerza Popular, solo necesitó de una breve carta de una página para dejar claro su peso en el fujimorismo.

¿Ha sido una desautorización a su hija? No lo veo así, aunque muchos mueran de morbo hace años tratando de enfrentarlos. No encuentro en la firmeza de la carta del padre una intención subrepticia de enmendarle la plana. Él parece venirse comiendo varios sapos desde el evento en Harvard, todo a cambio de empujar el proyecto que lleve a Keiko a la Presidencia.

Lo que sí percibo es un acto para blindarla ante las múltiples voces que le “calientan la oreja”. Desde repentinos neofujimoristas que se promocionan como los grandes nuevos cuadros que “salvarán” al movimiento, hasta el estrecho círculo de allegados cercanos a Keiko que fungen de estrategas, asesores, hacedores de política y evaluadores. Todos los cuales convergen en un único e interesado propósito: pretender desfujimorizar al fujimorismo, descafeinarlo y volverlo un anodino brebaje de todas las hierbas que calce con el paladar promedio del electorado.

Alberto Fujimori parece haber advertido que las cosas han llegado demasiado lejos. Que quienes deben protegerla no lo hacen bien y que se vuelven parte del problema ahora, cuando sus actitudes espantan y obstaculizan el influjo de los cuadros históricos y la atracción de otros más comprometidos con el legado de Fujimori, aunque menos sumisos. Por eso, no duda pedir por los que en su momento fueron los émbolos del movimiento.

Ni duda en dejar en claro que él es el protector del fujimorismo y de su legado. Todo un aviso al entorno interno. Ha sido el despertar de la fuerza. De la fuerza de quien es llamado a ser el guardián del sentimiento llamado “fujimorismo”. Que puede molestar o gustar, pero que es el causante del tercio duro del electorado que hoy detenta Keiko.