Los criollos y los mestizos, fundamentalmente, que sintieron el desprecio del peninsular durante el virreinato, cargaron contra el indígena la misma indiferencia que los conquistadores hacia ellos. Allí estuvo el origen de nuestra fractura. Durante el siglo XVI se produjo uno de los más grandes debates del virreinato sobre los indígenas. Teniendo como marco el Consejo de Indias, fueron el padre Bartolomé de las Casas -llamado el Apóstol de los Indios- y el jurista Juan Ginés de Sepúlveda, los que protagonizaron el denominado “Debate de Valladolid” acerca de la naturaleza existencial de los indígenas. Mientras el fraile dominico sostenía que tenían alma y eran como hermanos menores -esa fue la razón por la cual, lejos de lo que muchos creen, ningún indígena fue juzgado por el Tribunal de Oficio de la Santa Inquisición-, el cordobés la negaba alegando que eran perversos e indómitos hasta incapaces de percibir el dolor. Luego, un sistema de castas, profundizó el desdén hacia los habitantes de nuestras serranías y llegada la República, la disociación con los de la Costa, acentuó las diferencias, promoviendo la idea de la superioridad del peruano urbano “con modales” sobre el peruano rural visto como torpe. Su reivindicación vino con la reforma agraria que acabó con el sistema feudal legado por los corregidores y encomenderos a los hacendados y terratenientes, que aunque luego mal desarrollada fue aprovechada por los arribistas como se quiere ahora, evitó que los peruanos sufriéramos la violencia que padeció Colombia por el problema de la tierra, solo resuelto con el Acuerdo de Paz de 2016. Todo eso se hizo pero nuestro enfoque educativo ha seguido dominado por el prejuicio. Los violentistas de los años 60 y 80, quisieron capitalizar a los campesinos marginados pero éstos, siempre sabios, los han desdeñado y deben seguir haciéndolo. Ayer, 24 de junio, que hemos celebrado el Día del Campesino, relievémoslos como protagonistas de nuestra historia nacional.

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