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Hace unos años, las izquierdas latinoamericanas vendieron al continente la idea del "socialismo del siglo XXI" presentando su nueva marca como una evolución ideológica destinada a expandirse por todo el continente. Con el padrinazgo estratégico de Cuba, los petrodólares de Venezuela y el control estatal del PT, el socialismo del siglo XXI dominó grandes extensiones e impuso un modelo de gobierno. No cometió los errores del pasado y supo construir movimientos y partidos enquistándose en el tejido académico, económico, político y mediático, consciente del péndulo que domina la historia de la política, vigilando la herencia de Gramsci.

Derrotado el modelo por el camarada Cronos y por el Mariscal "Realidad", el socialismo del siglo XXI intenta una nueva ofensiva continental apelando al descontento de amplios sectores de la población. La política del pesimismo está en el ADN latinoamericano. La volatilidad de nuestros pueblos, que aman y odian en la misma semana, que radicalizan sus preferencias en corto tiempo, es el estigma que impide una adecuada consolidación institucional. La vocación utópica latinoamericana estalla cada cierto tiempo, pero el peligro y la violencia no son ensoñaciones. Se trata de un escenario real. Las izquierdas han infiltrado el pesimismo generacional y conducen a varios países a un estado revolucionario. Saben que tienen frente a sí a Estados y gobiernos debilitados por sus propios errores tácticos, algunos carentes de estrategia. El incendio es inminente.

¿Cuál es el papel del Perú? Rodeado de valles y cumbres que se encienden bajo el terror rojo, solo quedan malos augurios. He allí el discreto encanto del chavismo, esa vieja utopía revolucionaria que hace que nuestra sangre corra en busca de una falsa redención.