Magaly Solier, nacida en Huanta hace 37 años, es la actriz de cine más importante del Perú, y no es una afirmación exagerada, simplemente basta con revisar su importante filmografía que se inicia con “Madeinusa” (2005) de Claudia Llosa para comprobarlo. Fue precisamente la referida cineasta quien la descubrió en una calle de la ciudad de Ayacucho, cuando buscaba a la protagonista de su ópera prima, Magaly vendía puca picante y la directora al verla se dio cuenta que era el rostro perfecto para el personaje que había escrito. Solier, con su tercera película “La teta asustada”, también bajo la batuta de Claudia Llosa, logró el Oso de Oro por mejor película en el Festival de Cine de Berlín y una nominación al Oscar como mejor película extranjera. A partir de allí, la artista no ha dejado de trabajar y lo ha hecho con directores como Josué Méndez, Salvador del Solar, Fernando León de Aranoa, Álvaro Delgado Aparicio, entre otros, y en producciones locales y extranjeras. Hoy, Solier ha puesto en pausa su oficio, esa profesión en la que siempre ha brillado gracias a su talento innato y a su gran capacidad para captar las exigencias de los directores; hoy vemos a una mujer que sufre y pide ayuda, y no es ficción. Magaly esta vez protagoniza su propio  drama, que se ha venido agudizando con los años producto de una severa adicción y a una vida personal que la ha llevado a estar alejada de sus hijos por decisión judicial. Este es el terrible escenario es en el que se mueve hoy la artista ayacuchana, en medio del exceso, la rabia y el clamor por una mano salvadora que la ayude a salir del hoyo. Es doloroso ver a una actriz con un futuro impresionante en el cine, quebrada, sin esperanza y sobre todo expuesta en los medios que se han olvidado que ella es un ser humano que merece respeto, a pesar de los escándalos y la bulla que genera. Solier está enferma, no pasa por una crisis pasajera y así hay que entenderlo, aunque muchas veces vivimos de la ilusión que generan las redes sociales en las que los artistas proyectan mundos de ilusión, aunque por dentro estén hechos pedazos. La artista ayacuchana tiene mucho camino por recorrer, no está acabada, debe entender que en ella está la decisión de enfrentar sus fantasmas y no dejarlos que la aniquilen; luego llegará el trabajo de profesionales que la ayuden a renacer de sus cenizas. Sí se puede.

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