La profunda herida abierta, y por varias décadas, entre Japón y Corea del Sur porque las mujeres de este último país, la gran mayoría adolescentes, fueron arrancadas de sus familias durante las guerras mundiales para trabajar en los burdeles en campamentos japoneses, ha tenido el final largamente esperado: las disculpas públicas del Japón por estas atrocidades y el anuncio del pago de reparaciones a las pocas que hasta hoy viven de las cerca de 200 mil que llegaron a calcularse en esa época. Por muchos años ha sido una constante de la política exterior nipona negarlo todo, y ese error le costó el rechazo de muchos países asiáticos. Pedir perdón enaltece al hombre y al Estado, y Japón ha decidido hacerlo. La consecuencia será un clima de apertura. Muchos países aún mantienen heridas abiertas por ingratas experiencias bilaterales. El Perú y Chile también la tuvieron. La guerra de 1879, la ocupación de Lima y la chilenización que siguió a la firma del Tratado de Ancón (1883) flagelaron los sentimientos colectivos de ambos países. Es verdad que con el Tratado de Lima de 1929 abrimos un nuevo capítulo vecinal, pero peruanos y chilenos sabemos que las rivalidades se han mantenido a través de los años, algo que pocos quieren admitir. Para superar esos estragos, ayudaría mucho que Chile nos devuelva nuestros más de 50 mil incunables saqueados de nuestras bibliotecas y nos ofrezca disculpas por ello. Eso es botín de guerra y nadie debe quedarse con lo que no es suyo. Pocos lo dicen porque al hacerlo son tildados de antichilenos, y eso es un completo error. En nuestra moral nacional jamás habrá espacio para ese seudosentimiento.

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