La expansión del Estado Islámico no se detiene. Ha llegado hasta África y, particularmente, opera en estados vulnerables o estados fallidos; es decir, sociedades anarquizadas donde la violencia y el desorden se han convertido en estructurales. Lo que acaba de pasar en Camerún, un estado pobre del golfo de Guinea en la costa atlántica africana y con 22,5 millones de habitantes, donde han muerto 25 personas, está reflejando su propósito desestabilizador con el objeto de seguir llamando la atención de la comunidad internacional. Evidentemente no actúan solos. Cuentan con el apoyo de los grupos antisistema como Boko Haram, que se hizo conocido luego de secuestrar a más de 270 niñas y adolescentes de las zonas periféricas del norte de Nigeria. El carácter radicalizador de esta alianza entre el Estado Islámico y el grupo extremista africano Boko Haram está logrando su cometido, que es sembrar el terror en uno de los continentes más postergados del planeta. Este grupo fundamentalista que busca imponer la sharia o ley islámica está realizando la segunda etapa de su estrategia desestabilizadora. La coalición internacional liderada por EE.UU. no puede descuidar otros espacios tan vulnerables como la inmensa zona africana, que puede convertirse en lugar de refugio si acaso tuvieran más retrocesos de los que ya se conocen en el Medio Oriente. Preocupa este nivel de alianzas que realiza el Estado Islámico. Podría estar pensando en situaciones análogas en otros espacios del globo. Por eso, debemos dejar de percibir su calidad traumática únicamente en el Medio Oriente y asumir que otros lugares del mundo también son potencialmente vulnerables.