Ha llamado poderosamente la atención internacional la posibilidad de que el Estado Islámico pueda considerar entre sus acciones terroristas las de un componente nuclear. El presidente de los EE.UU., Barack Obama, habría decidido convocar a los países que integran la coalición internacional, que lidera Washington para acabar con el EI, a una reunión en el marco de otra precisamente en que se abordará la amenaza del uso de armas nucleares. De confirmarse esa macabra posibilidad, lo que estaríamos viviendo hacia adelante es un estado de alerta máxima por las consecuencias que pueda ocasionar un atentado de esa dimensión. La amenaza es mucho mayor que la devenida del propio gobierno de Corea del Norte, de cuyas pataletas el mundo ya está hasta acostumbrado. En cambio, del EI nada, hasta este rumor no confirmado, se sabía de una acción de esta magnitud. La razón del mayor peligro salta a la vista: el Estado Islámico no es un Estado; es decir, no es ninguna sociedad jurídicamente organizada que cuente con reconocimiento internacional; tampoco es una entidad admitida en la ONU. Nada de eso. El EI es un grupo no convencional, es decir, un conjunto de gentes que se juntan para aplicar el terror por diversas razones y que no saben ni les interesa respetar los acuerdos internacionales o nacionales sobre conflictos; es decir, no saben firmar la paz, tampoco declarar la guerra, respetar a los prisioneros y enfermos y hasta a los civiles que no intervienen en los referidos conflictos. En ese sentido, atacar con una bomba nuclear -de contar con ella y estar en condiciones de hacerlo- no será cuestión difícil. Estaríamos ante un peligro de magnitudes insospechadas.