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Una República se transforma en un principado cuando el poder recae en uno y se eliminan los controles recíprocos. El cesarismo es la vieja forma adoptada por los caudillos populares que optan por la captura del Estado. La revolución romana cesarista es el modelo paradigmático, pero ya Jenofonte trató el tema en sus estudios sobre la tiranía. El cesarismo tiene una consecuencia práctica que tarde o temprano se hace sentir: el hundimiento de la República. Una República infectada de cesarismo por fuerza genera un Estado servil. Dicho Estado servil garantiza un pacto social: seguridad a cambio de libertad.

Efectivamente, la captura del Estado equivale a la captura de la libertad a cambio de una falsa seguridad. Un Estado controlado por una facción política con un programa ideológico desafía a la libertad de todo aquel que no comulgue con su pensamiento. El Estado servil es el instrumento de la tiranía. El Estado promueve un camino de servidumbre ideológica que es ocultado bajo la praxis del clientelismo. Para la configuración del Estado servil se crea una nueva clase dirigente o se abduce a la que existe y se firma una alianza con los medios de comunicación que apuestan por el modelo financiado por el Estado. La anestesia ideológica se infiltra en el ámbito de los formadores de opinión y muy pronto se transforma en el estándar social por excelencia.

Por eso no sorprende que el Estado capturado que conculca la libertad desate una guerra total contra la oposición. O sea, todo lo malo que pasa en el mundo es culpa de Fuerza Popular. El siguiente paso es la destrucción de todo intento de resistencia. Avisados estamos.