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Cunde el desconcierto, el ciudadano de a pie ya no sabe qué creer ni en quién confiar. Las iniciativas del presidente Vizcarra inyectaron confianza por la participación de la población vía referéndum en la definición de aspectos esenciales, como la reforma de la justicia, la renovación del Parlamento o el financiamiento de las campañas electorales. Sin embargo, las críticas y el aprovechamiento político para polarizar del lado oficial o defender cuotas de poder del lado fujimorista desnaturalizan la coyuntura, cuando todavía no despega la contienda electoral municipal y regional.

Todo ello se encuentra nublado por las tóxicas emanaciones del caso “Lava Jato” y de los “audios de la vergüenza” que envuelven a jueces, fiscales y autoridades. La corrupción contamina, pero no podemos hacer de estos dramas cotidianas cortinas de humo ni coartadas para la confusión o el ataque indiscriminado.

Hemos vivido experiencias de polarización falaz y sabemos que pueden generar añoranzas por la mano dura, aquella que irrespeta el Estado de derecho y hace tabla rasa de derechos y libertades. La intolerancia o la desesperación pueden traer outsiders radicales o extremismos indeseables. Si las propuestas de Vizcarra tienen problemas, corresponde centrarlas con un amplio debate en torno al objetivo prioritario de la lucha contra la corrupción y de la reforma del sistema de justicia. El Congreso no puede trabar el referéndum, porque empeora las cosas. El fantasma de la parálisis, con resultados impredecibles, debe ser tomado en serio. Lo peor es el diálogo de sordos, cuando todos acusan a todos, donde no se ve la luz al final del túnel. Toca aclarar el panorama con cautela, sin aprovechar para sembrar el caos, que a nadie beneficia.

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